Radicalidad evangélica
Últimamente estoy como muy activo en el blog. No sé si es porque quiero decirlo todo o porque prefiero no decir nada; aunque bueno, como decía Aristóteles, "la virtud se encuentra en el punto medio". Pero claro, si hablamos de radicalidad, adiós al punto medio. O blanco o negro. O Dios o nada. ¿Seguro que es esto la radicalidad evangélica? Hoy quiero pensar por escrito sobre esto.
Cuando hablamos de radicalidad evangélica hablamos de la exigencia que supone, en el seguimiento de Cristo, poner el Evangelio por delante de todo en nuestras vidas. ¡Qué bonito queda esto! Yo creo que si lo dejamos aquí, podemos irnos a casa tranquilos (sobre todo si consideramos que somos de los que seguimos a Cristo poniendo el Evangelio por delante de todo en nuestras vidas). Sin embargo, creo que la radicalidad evangélica es algo más que una consigna: es una disposición que engloba la vida entera, pero quizá no de la manera en que nos gustaría.
La radicalidad evangélica pasa por poner la Buena Noticia de la salvación por delante de todo en nuestras vidas; sin embargo, esta frase tan bonita se tiene que concretar para no quedar en un bello propósito. La concreción creo que se contiene en los relatos evangélicos, en los dichos y obras de Jesús, su pasión, muerte y resurrección. El problema viene cuando hacemos una selección de greatest hits de los evangelios, mis mejores versículos, y lo reducimos todo a eso. De los evangelios se puede extraer un código ético y moral de los más completo, también una serie de frases sabias, o incluso una historia más o menos completa de un acontecimiento. Sin embargo, de lo que se trata es de que hable el Evangelio. Y cuando el Evangelio habla, yo me encojo.
Primero que nada porque, al contrario de como muchas veces hacemos, el Evangelio habla, antes de nada, a mi corazón y a mi vida, no a la de mi vecino. A veces leemos y pensamos: "¡qué bien le vendría escuchar esto a fulanita!" No, no te equivoques. El Espíritu Santo va a actuar en ti, primero, para que tú crezcas en el seguimiento de Cristo, y radicalidad evangélica es dedicarse a escuchar. Radicalidad evangélica son las bienaventuranzas; radicalidad evangélica es la curación del paralítico al que perdonan sus pecados; radicalidad evangélica es la entrega en la cruz. Escucha eso en tu vida, y quizá así tu vida hable para los demás. Ahora, si pensamos que radicalidad evangélica es hacer ver al otro lo avanzado que estoy yo en las cositas de la fe para que vea lo mucho que a él le queda por recorrer, entonces algo se me escapa. Porque entonces, la radicalidad evangélica no es más que tomar un libro como cualquier otro y hacer un examen vital a todo aquél que se me acerque, para dividir entre sanos y enfermos, cojos y atletas, buenos y malos. Llámale Biblia o Manifiesto Comunista, me da lo mismo. No creo que algo así pueda considerarse realmente "radicalidad evangélica".
Y perdonadme el atrevimiento, pero la radicalidad evangélica, muchas veces, está más presente en nuestro día a día de lo que estamos dispuestos a admitir cuando reconocemos la presencia de Dios en nuestras vidas y queremos actuar en consecuencia. A veces esa radicalidad pasa por perdonar cuando nada me invita hacerlo o incluso ni se me ha pedido que lo haga. Esta radicalidad pasa por seguir la voz de nuestra conciencia recta cuando, de todas todas, parece que eso me va a llevar a perder ciertas seguridades o ciertos asideros que, cual artesano o carpintero, he dispuesto a mi alrededor. Igual radicalidad también pasa por amar lo que no es amable, no darse por vencido ante la adversidad o reconocer la presencia de Dios allí donde no esperaba que estuviera... Esta forma de radicalidad nos pilla a cada uno en un punto del camino, pero quién la ve no son los otros, sino solo Dios, como sucedió con la viuda que echó dos monedillas en el tesoro del Templo, de la que Jesús dijo: "En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir" (Mc 13,43-44).
Quizá penséis que esta radicalidad evangélica es muy pobre, pero yo creo que no es así. Pienso en adalides de esta radicalidad (de los de verdad, no de los de panfleto), y no me cabe duda de que sus vidas fueron una carrera de conquistas. Que nadie nació con una cruz en la espalda (aunque alguien la hiciera en sus frentes el día de su bautismo), ni a nadie le regalaron vivir esta radicalidad. Pienso en Santa Teresa de Calcuta, Santa Teresa de Jesús, San Pablo VI, San Francisco de Asís... y no pienso en gente que se posicionara por delante de nadie para hacer ver lo majos que eran. Veo personas que entregaron sus vidas sin la necesidad de ningún reconocimiento, más bien con las incomprensiones propias de auxiliar a los que nadie quería. Veo personas que fueron incomprendidas pero, por amor a Dios y a los otros, fueron fieles a la voz de Dios en sus conciencias muriendo hijas de la Iglesia aunque muchos lo dudaran. Veo personas que, con una gran responsabilidad por cargo (y carga) y en medio de dificultades que pedían respuestas, supieron confiar en Dios y dejarlo todo en sus manos. Veo personas que, aún pareciendo locos, no dudaron en anteponer a Dios en el amor a los otros, llegando a amar lo repugnante. Y todo esto, lo conquistaron con tesón y docilidad a la gracia. Sabiendo que debían esforzarse, pero que sus vidas estaban en las manos de Dios. Y las vidas de los santos son distintos caminos para llegar al mismo lugar, pero nadie dice que Dios no pueda hacer (y seguramente ya esté haciendo) de tu vida, un camino. Quizá haya quien piense que estos ejemplos le quedan grandes (no te culpo, a mi también), pero Roma no se hizo en un día, y sus vidas tampoco. Se equivocaron, acertaron, rieron y lloraron, como seguro que te sucede a ti (y también a mí).
Si ellos pudieron, espero yo poder también. O en esto confío. Lo único que espero es que, si algún día alguien habla de que he intentado vivir la radicalidad evangélica, no lo diga porque me pase la vida diciendo lo que otros deben o no deben hacer, o juzgando cómo viven los que están a mi alrededor o las capacidades que muestran. Ojalá sea porque hice lo que no me apetecía hacer, amé cuando nada invitaba a hacerlo o tuve paciencia con los defectos y los tiempos de los demás (incluso con los míos propios). Si llega ese día y puedo decir, desde dentro de mi corazón, "siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lc 17,10), creo que podré hablar de lo que significa la radicalidad evangélica con un poquito más de autoridad de lo que lo he hecho en esta entrada.

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