El regalo de caminar

Nadie camina por caminar. Y si tú dices: "Pues yo sí", es que eres un mequetrefe (qué gran palabra de la lengua española se está perdiendo, a cambio de un simple looser). Caminar para sentirte mejor, porque necesitas despejarte o porque, simplemente, te apetece, no es caminar por caminar. Caminas por algo o para algo. Pues bien, de eso va esta entrada... hoy quiero hablar de caminar (aunque esta entrada la esté escribiendo sentado).

El Camino de Santiago

Estos últimos días he tenido la oportunidad de acompañar otro Camino de Santiago a pie. No sé cuántos llevo, pero ya son unos pocos. Y puedo decir que, a pesar de llevar más de uno y de dos, el Camino de Santiago nunca deja de sorprenderme. Y me sorprende por lo más obvio del Camino: en el Camino se camina. Pero este caminar no es un mero dar pasos, un pie delante y otro detrás. Este caminar es algo que va por dentro, casi diría "existencial". Y os voy a explicar el por qué de todo esto.

Yo, cuando hago el Camino de Santiago, he pasado de sentirme actor a sentirme espectador. Es verdad que yo camino, pero para mí la relevancia del caminar no es la misma que cuando, en el año 2013, hice mi primer Camino de Santiago. No voy de sabelotodo ni de vuelta de todo, simplemente es que uno va adquiriendo mecanismos para que el impacto externo del Camino pierda relevancia (cuestas, ampollas, cansancio o sed se pueden dominar después de haberlos experimentado varias veces). Sin embargo, así como en lo externo el Camino va dejando de sorprenderme, en lo interno cada vez me siento más pequeño. Y es aquí donde digo que soy un espectador. Más que espectador, me considero testigo, porque cada vez voy comprendiendo mejor que el Camino no se hace con los pies, sino con la cabeza, y más en concreto con el alma.

Y como testigo privilegiado, puedo decir que este Camino de Santiago para mí ha sido todo un regalo. Porque he podido ver, a través de las personas que me acompañan, cómo el camino de los pies va abriendo horizontes en el camino del alma. Y te preguntarás: "¿Qué has visto?" Pues ahora te lo cuento.

Lo que he visto

He visto pies fatigados que no son capaces de borrar una sonrisa ni de eliminar el buen humor. ¡Cuántas veces una dolencia nos fastidia el día! Y yo he visto personas que, en medio del dolor han sabido cómo hacer para no perder la sonrisa. Ser "tu podólogo de confianza" es lo que tiene: que ves pies magullados que esconden sonrisas, confidencias e, incluso, confesiones.

También he podido ver cómo las heridas del corazón aparecen en mitad del camino, y cómo me sorprende la capacidad y la fuerza con las que algunas personas viven estas heridas. Me ha conmovido descubrir cómo de situaciones durísimas surgen personas maravillosas, y soy testigo de cómo Dios, a veces de una manera silenciosa, es actor principal en estos procesos. La fe sencilla es la fe que no necesita grandes razonamientos para crecer, sino que se basa en la confianza. Y esa fe es la puerta que Dios abre en nuestro corazón para entrar en él y hacer morada en él. Confiar en medio de la enfermedad, la muerte o la desesperación tiene el valor de la fe sencilla que descubre en Dios una mano amiga que no nos va a dejar caer. A veces, en gestos sencillos y simples, hay personas que descubren la grandeza del Dios omnipotente y misericordioso. Parece paradójico, pero es que Dios es paradójico de manera radical.

Pero, sobre todo, he visto la fuerza de la oración, comprendida como la relación personal con Dios, una relación de amistad con aquél que sabemos, nos ama. Una oración sencilla que conduce del llanto a la sonrisa, o una oración que te ayuda a salir de un momento de depresión... Quizá al lector esto le parezca una tontería, pero a mí me asombra porque es en esa pequeñez donde se revela la grandeza de la acción de Dios. No os voy a contar, obviamente, ninguna situación particular, pero os puedo asegurar que he visto mucho de esto y que a mí, personalmente, me sobrecoge. El lector puede imaginar que yo estoy acostumbrado a hablar de Dios y oír hablar de Él, pero cada conversación de este Camino de Santiago en la que Dios se ha hecho presente ha sido una ocasión para dejarme sorprender, y descubrir cómo Dios es especialista en dar sentido, incluso en medio de situaciones en las que todo y todos parecemos perdidos.

Y esto me recuerda algo fundamental para mi vida como sacerdote. Y es que Dios no tiene un guión escrito. Sabemos a través de qué actúa de manera privilegiada, pero no podemos decir dónde no actúa. A veces no damos importancia a las situaciones de trascendencia intrascendente que suceden en la vida de las personas que tenemos a nuestro alrededor, pero estoy seguro de que mucha gente (por no decir todo el mundo) ha vivido experiencias que, aunque sea por un breve instante, le invitan a decir: Gracias Señor por no separarte de mí.

Y hoy, en este escrito, doy gracias a Dios por hacerme testigo de todas estas vivencias, en el Camino de Santiago y en la vida en general. Ser sacerdote es ser testigo de cómo Dios trabaja en el corazón de las personas, y ningún signo es insignificante a los ojos de Dios. Me siento un privilegiado por toda la confianza recibida y por todas las confidencias compartidas, que prometo custodiar como un gran tesoro. Y esto es lo que a mí me da fuerzas en medio del Camino: Dios, que en su ternura, me permite ver cómo actúa en la vida de tantas personas que pone a mi lado. No creas nunca que tu experiencia de Dios es de segunda fila, o que no es "tan rica" como la de otras personas. Si por un momento, por leve que haya sido, has tenido conciencia de que Dios es Alguien en tu vida, no cierres la puerta y déjate llevar, porque estoy seguro de que el Camino que Él te marque no te va a llevar a ningún lugar en el que su gracia no te sostenga. Tu camina, a tu ritmo, pero camina. ¡No te desanimes! Y, si lo haces o las cosas se ponen difíciles, recuerda mis calcetines: sin dolor no hay Camino.



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