Vale la pena

 ¿Cómo se mide el valor de la vida? ¿Qué hace que la vida "valga la pena"? Me encanta esa expresión: Valer la pena. Cuando decimos que algo vale la pena, afirmamos que la cosa en cuestión merece mi entrega, mi dolor o mi sufrimiento incluso. Y es que, realmente, las cosas que nos mueven, son las cosas que valen la pena. Si algo no vale la pena, significa que no estoy dispuesto a dar nada por ello; o mejor: que no estoy dispuesto a darme por ello.

¿Qué vale la pena? Pues bien, esta entrada va un poco sobre esto. Pero te sitúo: no es que me haya dado a mi ahora por hablar de esto. Hace unos días he vivido una experiencia que me ha animado a escribir sobre esto. Pero, si quieres saber más, necesito que sigas leyendo.


Vidas venidas a más

Lourdes es un lugar especial. Creo que, quien haya estado allí, estará de acuerdo conmigo en que es un lugar único. Y más, teniendo en cuenta lo que se encuentra allí desde la mirada de la fe. La vivencia de una joven ha hecho que este lugar se encuentre en el mapa de miles de personas que, de otro modo, conocerían Lourdes como conocen hoy El Cuervo. Y es que, la experiencia de encuentro con Dios a través de María que vivió allí Bernardette Soubirous ha marcado la vida de este lugar, haciendo que millones de personas hayan acudido al lugar en el que esta joven afirmó haber visto a María.

Sin embargo, no vengo yo aquí a hablar de las apariciones. Vengo a hablar de lo que sucede cuando un grupo de personas acude, movidos por la fe, la curiosidad o, simplemente, el trabajo, a este lugar. Hace unos días hemos acudido, por diversas circunstancias, unas mil personas a Lourdes. Muchas de estas personas viven la enfermedad como una constante en sus vidas, lo que cabría que cause sufrimiento, dolor... y que todo esto se tradujera en una infelicidad constante. Sin embargo, no es esto lo que yo he visto. Curiosamente, a pesar de haber visto dolor, no he visto esa correlación necesaria entre dolor e infelicidad. Quizá sea porque, realmente, hay cosas que valen la pena.

No os voy a contar una serie de momentos, pero sí que os voy a hablar de lo que he visto, porque me parece un auténtico milagro. He visto gente feliz en medio de lo que otros considerarían una vida venida a menos. He visto personas que, en medio de la enfermedad, son capaces de ser felices. Más allá de alegrías o tristezas, he visto vivir en medio del dolor con sentido, lo que se traduce en manantiales de agua viva para ellos y para los demás. He visto situaciones dramáticas para el mundo vividas desde la paz más absoluta. He visto gente que consideran que sus vidas siempre valen la pena. He visto muchas cosas, y todas estas cosas me han hecho pensar.

Vidas tónicas vs. vidas átonas

¿Qué da valor a una vida? Creo que, de un tiempo a esta parte, hay una idea imperante que dice: una vida vale si es larga y hay un cierto bienestar en ella. No digo que una vida así no valga, pero sí digo que hay más vidas que valen y valen mucho. Hay vidas sin ese bienestar que son vividas con más sentido y plenitud que vidas acomodadas. Hay vidas breves que tienen más vida que otras más longevas. ¿No será que estamos apuntando mal? ¿No será que ponemos el acento en cosas que realmente no son la tónica de nuestra vida? 

Me cuadra que, ante una vida que tiene su horizonte en el aquí y el ahora, todo el valor lo tengan los años que nos quedan. Pero cuando aprendes a ver un poco más allá, creo que es cuando descubres que el valor también está más allá de los años que nos quedan. Cuando descubres que pocos años pueden aprovecharse mucho y muchos años pueden ser una condena, es cuando empiezas a enfocar tu vida de otra manera. Y la nada no viene con las circunstancias, sino con la manera en que te enfocas. Cuando lo tienes todo, no valoras nada. Cuando lo puedes todo, no agradeces nada. Sin embargo, ni lo tenemos todo ni lo podemos todo, aunque a veces haya mucho empeño en hacernos pensar que sí es así. Y, cuando nos damos cuenta, pues eso, viene el llanto y el rechinar de dientes.

A veces pensamos que nuestras vidas giran en torno a nuestras circunstancias. Sin embargo, ante estas circunstancias siempre hay infinidad de respuestas. Cuando eres capaz de relativizar el problema, es cuando eres capaz de tomar las riendas de lo que sucede, y capaz de vivirlo como realmente quieres. Cuando te enfocas en lo que realmente vale la pena, es cuando las cosas van a su sitio, y lo importante es lo realmente importante. No digo que sea fácil, digo que es posible. Y yo no me erijo en maestro de vida ni nada similar; mis maestros son esas personas que he conocido y que me han demostrado que la vida siempre puede valer la pena.

Sin miedo: vale la pena

Amar vale la pena. La vida vale la pena. La entrega vale la pena. A pesar de que no me amen, a pesar de que vaya a morir y a pesar de que mi entrega no siempre dé el fruto que a mí me gustaría. Vale la pena porque la vida no está para meterla en un cofre y que no le pase nada: la vida está para vivirla. "El que pretenda guardar su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará" (Lc 17,33). A veces puede darnos miedo perder la vida por perder el tiempo, pero cuando entregamos nuestra vida en aquello que realmente vale la pena, sabemos que estamos invirtiéndola bien. Y cuando nuestra vida aquí acabe, porque acabará, podremos decir que nuestra vida ha valido la pena. Si nos da miedo el dolor, el sufrimiento, o simplemente que las cosas no sean como nos las han vendido, quizá nos paralice tanto todo que nos demos cuenta de que no hemos dado la vida, sino que la hemos perdido.

Por eso vale la pena dar la vida por aquello que realmente importa: por aquellas personas que Dios nos pone delante, o por aquellas luchas que hacen que nuestra vida tenga sentido, porque tiene horizonte y dirección. Y si viene un problema, lo afrontas. Y si te caes, te levantas. Y si te defraudan, te reenfocas y sigues adelante, y aprendes. ¿Es difícil? Lo sé, pero también sé que con Dios es posible. Igual hay quién me dice que sin Él también, pero yo hablo de lo que sé y de lo que veo.

De esta forma, al ver a muchas personas en situaciones más difíciles que la mía en estos días, he recordado que la felicidad no pasa por lo que tenemos, ni por cómo estamos: la felicidad pasa por aquello que vale la pena. Si nada nos vale la pena, me resulta difícil pensar que podamos ser felices. Y eso te lleva a vivir el aquí y el ahora desde algo que, estando mucho más allá, te compromete con tu hoy. Algunos dicen que la fe sirve para evadirse del momento presente, y mi experiencia me dice que la fe lleva a valorar el hoy desde lo que realmente importa, y a entregar la vida en aquello que realmente vale la pena.

Quizá pienses que estoy trasnochado y que me he liado a echar frases en un saco. Igual es así. Pero necesitaba sacarlas y ponerlas por escrito. Solo espero y deseo que tu vida valga la pena, y que puedas entregarte en aquello que vives. Parece algo como muy trascendente, pero esto se vive con una gran sencillez, y en lo habitual: dedicando tiempo de calidad a las personas que queremos, valorando los momentos que nos llenan y disfrutando con quienes Dios pone a nuestro lado, acompañando a quien sufre o viviendo el dolor intentando que no nos domine. Cayendo y levantándonos. Cantando, tomando café, charrando o rezando. En lo sencillo. 

El que no arriesga no gana, pero cuando nos entregamos en aquello que vale la pena, vamos a caballo ganador. No digo que haya que buscar aquello que nos causa dolor y nos hace sufrir para ser felices, pero sí digo que a pesar de eso, se puede ser feliz y que todo eso no debe tener la última palabra. Y no hay que ocultarlo o evitarlo: hay que vivirlo, y saber porqué lo vivimos. Porque, realmente, hay cosas que valen tu pena.

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