Quizá te preguntes a qué se debe esta entrada y pienses que vamos a hablar de "Mowgli" o "Baloo". Lo cierto es que no, pero me alegraré si te he hecho recordar unos dibujos tan entrañables. Esto va de otra cosa.
Un libro es un lugar en el que se recoge un relato con sentido. Y este relato transmite una serie de conocimientos, bien sean reales, de ficción, o meros datos más o menos ordenados. Pues bien, yo te quiero hablar de "Mi libro de la selva". Y es que, he tenido la oportunidad de poder visitarla, y me gustaría compartir contigo algo de lo que he vivido allí, simplemente para que lo conozcas. No quiero hacer un diario de ruta (ciertamente ya está hecho, aunque no publicado), ni tampoco contarte las diferencias entre allí y aquí. Solo quiero hablarte de lo que, para mí, ha pasado a ser la SELVA. Y lo voy a hacer por palabras, para no agobiarte e intentar no aburrirte, como si esta entrada fuera un diccionario (aunque a priori no sea de los libros más entretenidos que conozco).
Servicio
Empiezo con esta palabra porque, realmente, de esto he visto mucho. En medio de una pequeña población en el río Napo, afluente del Amazonas, he visto la alegría del servicio. Vidas insignificantes (tanto como la mía), pero que han descubierto que el servicio, la entrega, es la clave de la vida. "Si no has amado y no has servido, no has vivido". Esta frase, que escuché no hace mucho en un lugar también mágico (y verde), me ha salido al encuentro a cada paso. Servir por encima de la validez del servicio, por encima de las garantías. No es sencillo. A veces necesitamos que nuestro servicio sea efectivo, que nuestra acción salve vidas. Y sin embargo, hay quien sirve en el "ahora". No necesita garantías, solo vivir la entrega, porque está convencido o convencida de que es eso lo que da la vida. A veces no necesitas saber que tu entrega va a cambiar algo, sino confiar en que Dios se sirve de tu entrega para dar luz a los demás. Somos seres simbólicos, y la entrega sirve de signo para que mucha gente pueda vivir con sentido. El servicio al otro no pasa por mi éxito, sino por dar sentido a aquello que vive, aunque sea en una situación que, vista desde fuera, parece que no deja demasiado lugar a la esperanza.
Esperanza
Justo ahora aparece esta palabra. Si te contara, verías muchos motivos para, justamente, lo contrario. Te podría hacer un elenco de situaciones dramáticas, callejones sin salida, o futuros a la espera de que se trunquen. Y, sin embargo, yo he visto otra cosa. He conocido personas en las que brilla la esperanza de una manera privilegiada: esperanza de un futuro, de poder estudiar, o simplemente de hacer que sus padres estén orgullosos de ellos. La esperanza, para ser auténtica, debe remar a contracorriente. Una esperanza que se apoya en el éxito de mi esfuerzo no es esperanza, es realmente una confianza en mis propias fuerzas. La esperanza es luz cuando todo está oscuro, y ancla cuando el mar parece revuelto. De esto también he visto mucho, porque he visto jóvenes que han decidido no darse por vencidos e ir hacia adelante, por encima de todo y a pesar de todo. Fiarse, dejarse llevar y seguir adelante. Cueste lo que cueste. No importan las notas oscuras, porque lo que importa es mirar hacia delante. Esta es la esperanza que despierta corazones dormidos, aletargados o endurecidos, porque te obliga a poner de tu parte para que deje de ser esperanza y se convierta en realidad.
Levedad
Aunque la palabra levedad puede tener distintas acepciones, nos invita a pensar en algo leve, con poca entidad, que no pesa demasiado. En la selva nada pesa demasiado. Para bien y para mal. La levedad se manifiesta en el "ahorita" o en la falta de compromiso. Pero si algo te enseña, es que nada es tan importante. Para alguien que vive inmerso en un mar de urgencias, esto es un golpe de efecto. A veces tengo la tentación de pensar que para que las cosas salgan bien tienen que salir como a mí me gustaría hacerlas. Y eso me lleva a pensar que algo no estoy haciendo bien, que me falta entrega o que las urgencias son quienes deben llevar mi vida hacia delante (sé que no es así, pero ¡cuántos días me descubro viviendo en la urgencia!). Pues la levedad me muestra todo lo contrario: nada es tan urgente ni tan importante, porque lo urgente y lo importante se manifiestan en otras cosas: es urgente que llegue una avioneta a recoger a un niño de 8 meses que necesita un respirador, y es importante que un niño desayune por las mañanas. Mis urgencias se vuelven insignificantes cuando he podido ver las suyas. Quizá pocas cosas son tan urgentes como me hago creer.
Vida
De esto he visto a capazos. Empezando por la naturaleza, que se abre paso por encima de la voluntad del hombre y terminando por los cientos de niños que corren por las calles o los caminos de aquel lugar. He visto mucha vida porque la selva está llena de vida. Allí los niños desafían a la muerte a golpe de sonrisa y abrazos, y te hacen recordar que la vida necesita abrirse camino. Una vida no vivida puede ser una condena; una vida abierta al otro hace pensar que, necesariamente, las alegrías compartidas valen más y "que las penas con rumba son menos penas, morena" (esto lo cantaba Estopa, no es mío). No, ahora en serio. Ver personas tan llenas de vida y niños corriendo mientras yo me aso de calor sudando a chorros me hace pensar que ellos tienen ese ímpetu por vivir y disfrutar que, a veces, sofoca en nosotros el aire acondicionado. Recuerdo que no perdíamos ocasión para encontrarnos con los otros y compartir esa vida, y es que la vida necesita ser vivida, y mejor si es compartida. ¡Cuánta vida hay en la selva!
Admiración
Y esto es lo que he sentido. Mucho. Por las personas entregadas, por la esperanza de los jóvenes, por la levedad de los días y por el ímpetu de la vida. He admirado este lugar y he admirado a estas personas. Me he maravillado en la presencia de los voluntarios que se han cruzado medio mundo para estar allí sirviendo, en las hermanas que cada día amanecen en ese lugar para, a través de su entrega, ver cómo sus vidas ganan en presencia. También he admirado a los jóvenes que han venido día a día porque pensaban que pasar tiempo con nosotros valía la pena, y a los enfermos que, desde sus camas, no se dan por vencidos. He admirado (aunque me haya contrariado) cómo pocas cosas son urgentes, y cómo los niños son capaces de venir corriendo a darte un abrazo sin apenas conocerte. He admirado mucho, y la admiración es un sentimiento que engendra amor por aquello que se admira. Sí, la selva me parece admirable.
Y nada, con esto acabo, porque esto ha sido para mí la SELVA: Servicio, Esperanza, Levedad, Vida y Admiración. SELVA. Espero volver pronto. Pero no tanto por lo que les pueda aportar, sino más bien por volver a contemplar este mosaico que, en medio de un punto insignificante del Perú, en un pueblo llamado Santa Clotilde, da una lección a todo aquél que quiera acercarse a él. ¡Gracias!
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