Vais a pensar que, o siempre estoy de viaje, o solo escribo cuando viajo. No es así. Escribo cuando algo o alguien me da que pensar, o cuando quiero contar algo que me parece realmente interesante. Pero lo cierto es que, últimamente, los viajes que he hecho me han dado que pensar. Ahora bien, como sabréis quienes me hayáis leído alguna otra vez, no suelo contar mis cositas, sino más bien lo que saco de aquello que vivo, por compartirlo y ponerle palabras. Pues bien, después de esta excusatio non petita, os quiero compartir algo que pensé y vivir al escuchar al Papa en la apertura de la JMJ, que ha tenido lugar en Lisboa esta pasada semana.
Igual piensas que, como voy a hablar de la JMJ, voy a hablar del "Cara el sol". Pero vamos, no sé qué me da más pena: que un grupo de chavales, entre 75.000 españoles que fuimos a Lisboa, cante eso (sin entrar en juicios de valor sobre si saben lo que cantan o porqué lo cantan), o que medios de comunicación y twitteros pretendan hacer ver que el millón y medio de jóvenes que estaban en la JMJ iban cantando eso todo el día por las calles. No es mi intención hablar de cosas que no merecen la pena, y menos de algo que, a pesar de haber tenido trascendencia mediática, no tiene nada que ver con lo que se ha vivido estos días en Lisboa. Quiero hablarte de algo que, aunque te pueda parecer evidente, a mí me dio que pensar.
Todos en Camino
Te confieso que en el primer discurso del Papa no dejé de sonreír. Creo que no soy sospechoso de "papolatría" hacia ningún pontífice, pero sí te diré que tengo un gran amor por el Papa como tal, sobre todo cuando, al escucharlo hablar, en sus escritos o en sus obras, se hace visible el vínculo de la comunión al descubrir que sus palabras responden a aquello que vengo pensando, queriendo y necesitando desde hace ya tiempo. Esto no es algo que solamente me haya pasado con Francisco, pero como es lógico, en esta ocasión sí que ha sido así. Y no solo porque comenzara hablando de que Dios nos llama por nuestro nombre, no como números o masas. Confieso que sonreí particularmente cuando dijo: "Piensen esto: Jesús me llama como soy, no como quisiera ser".
¡Que sí! Que Dios te ama porque te ama, no te ama para nada. Que el amor no pide recompensa, sino que se da. Y saberse amado es lo que mueve a amar. No somos los hijos de una deuda infinita, somos amados porque Dios es amor, y ojalá podamos corresponder a ese amor amando. Parece un trabalenguas, pero no lo es. ¡Cuántas veces nos descubrimos amando para algo! Te quiero para que me quieras, me correspondas, o hagas lo que yo espero. Ojalá amáramos más a la manera de Cristo: yo te amo y te doy todo, pero no a condición de que tú me ames después a mí. Lo voy a hacer igual, te guste más o menos, porque es mi razón de ser. Creo que de ese modo se acabarían muchos condicionantes que imponemos a las personas de nuestro alrededor, haciéndoles pensar que solo les queremos "por algo" o "para algo".
A veces pensamos que para que nos amen tenemos que corresponder previamente. Si no soy "amable" (en el sentido genuino de la palabra: digno de ser amado) ¿Cómo me van a amar? De hecho, el mundo muchas veces funciona de esa forma. Se ama a los amables, se valora a los valorables y se premia a quienes merecen un premio. Sin embargo, cuando descubrimos el amor de Dios vemos que antes de ser amables, Él ya nos lo ha dado todo. Creo que es lo que está llamado a producirse en la paternidad o la maternidad: los padres no aman a sus hijos por lo que serán, ni por lo que harán, ni por el beneficio que les reportarán, sino por lo que son. De hecho, un recién nacido corresponde bien poco, pero esto no es motivo para que sus padres no le amen hasta dar la vida por ellos, como tantas madres heroicas lo han hecho al dar a luz a sus hijos. Pues Dios actúa así siempre con nosotros, y nos ama así siempre, porque Jesús no ha necesitado que tú seas bueno para dar la vida por ti. Antes de ser amables, Dios ya nos ha amado.
Y de ahí, el Papa habló de cómo se concreta esto:
En la Iglesia, hay espacio para todos. Para todos. En la Iglesia, ninguno sobra.
Ninguno está de más. Hay espacio para todos. Así como somos. Todos. Y eso Jesús lo
dice claramente. Cuando manda a los apóstoles a llamar para el banquete de ese señor
que lo había preparado, dice: “Vayan y traigan a todos”, jóvenes y viejos, sanos,
enfermos, justos y pecadores. ¡Todos, todos, todos! En la Iglesia hay lugar para todos.
“Padre, pero yo soy un desgraciado, soy una desgraciada, ¿hay lugar para mí?”. ¡Hay
lugar para todos! Todos juntos, cada uno, en su lengua repita conmigo: Todos, todos,
todos. No se oye, ¡otra vez! Todos. Todos. Todos. Y esa es la Iglesia, la Madre de todos.
Hay lugar para todos. El Señor no señala con el dedo, sino que abre sus brazos. Es curioso:
el Señor no sabe hacer esto [indica con el dedo], sino que hace esto [hace el gesto de
abrazar]. Nos abraza a todos. Nos muestra a Jesús en la cruz, que tanto abrió sus brazos
para ser crucificado y morir por nosotros.
Pero es que esto no es nuevo. Me recordó a San Josémaría cuando dijo esto de "¡Todos, todos, todos! No podemos cerrar los brazos a nadie". Y es que, la Iglesia siempre ha estado llamada a abrirse a todos y ser hogar para todos. Lo que pasa es que a veces estamos acostumbrados a etiquetar pidiendo el carné de socio, que se expresa en palabras o acciones. Obviamente, hay cosas que son importantes en nuestra vida cristiana, pero no es menos importante recordar que todos vivimos procesos, y que cada uno vive las cosas desde el momento de su vida en el que se encuentra y desde aquello que es capaz de comprender. Si alguien, empezando por Dios, no hubiera tenido paciencia conmigo, yo hoy no sería sacerdote. Si me hubieran juzgado por mis acciones u opiniones, yo no habría descubierto el amor de Dios (al menos del modo en que lo he hecho). Pienso en cuántas tonterías han tenido que aguantar las personas que me conocen, cuántas malas actitudes, cuántas incomprensiones... y lo han hecho porque han tenido paciencia conmigo, como yo estoy llamado a tener paciencia con los demás. Muchas veces pienso en las palabras de la Segunda Carta de Pedro: "Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación" (2Pe 3,15). No podemos olvidarlo: para que tú sigas avanzando, alguien ha tenido paciencia contigo, como la ha tenido conmigo, como nuestros padres la tuvieron cuando a los dos pasos nos caíamos y volvíamos a empezar, y no se enfadaban porque todavía no supiéramos caminar.
Todo el que quiere descubrir el rostro de Cristo debe tener un lugar en la Iglesia, y se trata de estar en camino. De hecho, cuando se habla de que la Iglesia es peregrina, es porque sus miembros estamos en camino. Y todos podemos estar en camino. Cada uno en un punto, y cada uno con su vida a cuestas. Lo que no puedo decir a nadie es: "No, tú con esas zapatillas no puedes caminar por aquí". Camina, y date cuenta de qué pasa cuando llevas esas zapatillas, pero camina. De eso se trata: de caminar. Entre los que seguimos a Cristo no solo hay atletas y "gymbro's": también somos cojos, gente que camina rápido y se ahoga, y gente a la que tienen hacerle de muleta. Bueno, pues como hace dos mil años. A ver si nos pensamos que los discípulos de Cristo le seguían todos a la misma velocidad... Se trata de estar en camino, y de intentar no ponerse en el lugar que le corresponde al que encabeza la marcha, que es Cristo. Ahora, todos estamos llamados a estar en Camino. Y si la Iglesia no es el medio para que cualquiera se ponga en Camino, algo estamos haciendo mal. Y estando en camino puedes tener momentos en los que vayas más rápido, y otros en los que te retrases. Puedes pensar que vas muy bien y, de repente, quedarte atrás. Puedes caminar a la pata coja y pensar que así caminas bien, hasta el día en que descubres que si tienes dos piernas es para utilizarlas...
Perdóname, porque puede que te hayas perdido entre tanta metáfora, pero solo quiero decirte que todos tenemos sitio en la Iglesia, porque la Iglesia es el conjunto de bautizados que está en Camino. Y no importa la parte del camino en la que estés o si caminas mejor o peor, se trata de que caminemos. Dicen que caminar es saludable, por eso nosotros, los cristianos, estamos llamados a estar en camino y a invitar a que todos caminen con nosotros. Y si ese "todos" te chirría, dale una vuelta.
Comentarios
Publicar un comentario