¿Evangelización o proselitismo?

Como saben quienes me conocen, soy católico y sacerdote, y eso hace que mi vocación pase necesariamente por el anuncio del Evangelio, y es algo de lo que estoy plenamente convencido. Pero, ¿qué es eso? ¿Qué significa eso de anunciar el Evangelio?

En el Instrumentum Laboris del Sínodo de los Obispos, del año 2012 (siendo Papa Benedicto XVI), se dice que: "La evangelización consiste en el ofrecimiento del Evangelio que transfigura al hombre, a su mundo y a su historia". Cuando alguien recibe el Evangelio, su vida cambia porque se encuentra con la Buena Noticia que, ante todo, da sentido a lo que comprende su vida, su mundo y su historia, es decir, se encuentra con Dios a través de Cristo en la acción del Espíritu Santo. Teniendo este punto de partida, me surge la siguiente duda: ¿anunciamos el Evangelio cuando decimos que evangelizamos? Sigan viendo.


Yo creía que llovía y era agua que caía

Yo puedo creer que estoy anunciando el Evangelio a alguien, y quizá lo que puedo estar haciendo es la del médico que da una receta para un mal que el paciente no padece. En mi vida como sacerdote, me encuentro con muchas personas, pero no todas las personas necesitan una receta. Obviamente, hay una clave que sí que "depende de mí": estoy llamado a amar a todos, pero amar implica un encuentro con quién la otra persona es, no con quién me gustaría que fuera. Y, del mismo modo, no con todo el mundo puedo tener la misma cercanía porque no con todo el mundo tengo la misma capacidad de comprensión o empatía. Si me baso en hacer un recetario de procesos para que la gente se encuentre con Dios, igual estoy intentando hacer que los otros se sometan a mi manera de comprender.

Si me acerco a los demás intentando hacer que esas personas acaben yendo a Misa, quizá esté intentando generar una serie de hábitos, pero no necesariamente estaré evangelizando. -¿Cómo? ¿Que la Misa no evangeliza? Pues mira, siento decirte que, aunque lo que sucede en la Eucaristía es algo objetivo, puesto que media la fe una persona puede ir a la celebración de la Eucaristía y no enterarse de nada. Porque la clave está en que las personas vivan un Encuentro, pero no conmigo, sino con Dios. Yo podré ser un medio para facilitar ese encuentro en la medida en que ame y ame bien, o por la acción de la gracia, pero sin ninguna pretensión por mi parte. Porque, de lo contrario, en vez de evangelizar, es decir, en vez de propiciar un encuentro con Dios, lo que hago es proselitismo, y eso no es bueno.

Proselitismo caca

El Papa Francisco dice a propósito de la evangelización y el proselitismo: «evangelizar no es hacer proselitismo: hacer proselitismo es una cosa pagana, no es religiosa ni evangélica. Porque la Palabra, Jesús, nos pide esto, acercarnos siempre, con el corazón abierto, a todos, porque Él es así. ¡Quizá seguimos y amamos a Jesús desde hace tiempo y nunca nos hemos preguntado si compartimos los sentimientos, si sufrimos y arriesgamos en sintonía con el corazón de Jesús, con este corazón pastoral, cerca del corazón pastoral de Jesús! No se trata de hacer proselitismo, ya lo he dicho, para que los otros sean “de los nuestros”, no, esto no es cristiano: se trata de amar para que sean hijos felices de Dios» (Catequesis 18 de enero de 2023).


Es decir, que yo evangelizo en la medida en la que amo a la manera de Jesús, porque me sé amado por Dios. Sin embargo, mi "éxito" o mi "fracaso" no pasa porque el otro haga lo que yo hago o crea como yo quiero, sino que pasa porque el otro se sepa amado. Y esto no puede ser un "cálculo". Yo no me puedo acercar a los demás pensando: "los voy a amar para que se hagan creyentes". Más bien, debería de ser: "voy a amar porque me sé amado, pero voy a amar al otro por lo que es, no por lo que a mí me gustaría que fuera". De hecho, siempre he comprendido que Cristo nos ha amado y nos ama de esa manera. Cuando el Señor se encuentra con el que la tradición ha bautizado como "joven rico", no lo ama para que cambie, sino que lo ama y ya está. Es curioso porque nos dice el evangelio de San Marcos que, cuando este muchacho dice que ha cumplido desde su juventud, Jesús lo mira y lo ama, para que después este muchacho se aleje de Él porque era muy rico (cf. Mc 10,21-22). Jesús no lo ama para que lo siga: lo ama porque lo ama.


Creo que esta manera de amar es el modo en que estamos llamados a evangelizar: no te acerques a los demás en función de lo que puedan llegar a ser, sino por lo que son. Obviamente, cuando te acercas a los demás por lo que son, te enfrentas a que hay personas con las que tienes más afinidad y otras con las que tienes menos, pero no pienses que la falta de afinidad va a ser un obstáculo para la evangelización: si tu objetivo es amarlos, aunque sea en la distancia, podrás hacerlo, aunque sea rezando por ellos, porque la afinidad no da para más.

Un ofrecimiento 

Desde este punto de vista, a mi juicio, todo lo demás son prácticas coercitivas. Porque, en esa definición que aparece al principio de esta entrada, se habla de algo que para mí es clave: Evangelizar es ofrecer. Y mi tarea es ofrecer con mi vida, no que el otro necesariamente tenga que aceptar según mis esquemas. Pero no ofrezco para que el otro me siga o se haga cristiano: ofrezco porque amo. Es como el padre o la madre de familia que tiene algo muy bueno; ¿cómo no se lo va a ofrecer a su hijo? Y este ofrecimiento no nace de la obligación: es un ofrecimiento que nace del amor. Ahora bien, ese ofrecimiento pasa por la libertad del otro, y el amor exige libertad, como la libertad del joven del evangelio que decidió alejarse de Jesús.


Y es aquí donde nos jugamos la evangelización: en amar y amar bien, habiendo descubierto el amor de Dios. Como el otro necesita, no como yo quiero ni como él quiere. Mi tarea es amar a la manera de Cristo, porque estoy convencido, desde la fe, que amar así es amar bien, porque es un amor que yo he descubierto antes y que me ha llenado. Y, como reconozco que no siempre lo hago bien, pues necesito ser humilde para mejorar, reconocer mis errores, pedir la gracia y seguir adelante.


Si pienso que evangelizar es repetir una serie de fórmulas o prácticas, pues quizá para un cierto perfil ideológico próximo al mío pueda servir, para que descubra que esas personas, en el fondo, ya pensaban como yo. Ahora bien, si considero que evangelizar es ofrecer el Evangelio, es decir, al mismo Cristo, de manera que el otro pueda percibir a Cristo y no un estereotipo, necesariamente me tengo que implicar en el proceso, amando a la manera de Cristo, o al menos intentándolo, dejándome hacer por Él. Es más cómodo lo primero, porque las ideologías son especialistas en categorizar entre malos y buenos,  pero es más coherente lo segundo, porque es ahí donde descubro que en la medida en que yo me deje hacer por Dios, iré siendo reflejo, siempre imperfecto, de su manera de amar. Y es ahí donde se produce el encuentro con el otro, donde se da el regalo de la escucha mutua, del reconocimiento auténtico de la dignidad del otro por lo que es y no por lo que podría haber sido o por lo que podría hacer, y donde realmente se abre una puerta a que, indignamente, nos convirtamos en instrumentos del amor de Dios para que los demás puedan descubrir la alegría del Evangelio.


No se trata de hacer socios, se trata de entregar la vida en aquello a lo que Dios nos llama a cada uno, dando, en todo momento, razón de nuestra esperanza. Creo que no hay mejor manera de anunciar el Evangelio


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