¿Evangelización o proselitismo?
Yo creía que llovía y era agua que caía
Proselitismo caca
El Papa Francisco dice a propósito de la evangelización y el proselitismo: «evangelizar no es hacer proselitismo: hacer proselitismo es una cosa pagana, no es religiosa ni evangélica. Porque la Palabra, Jesús, nos pide esto, acercarnos siempre, con el corazón abierto, a todos, porque Él es así. ¡Quizá seguimos y amamos a Jesús desde hace tiempo y nunca nos hemos preguntado si compartimos los sentimientos, si sufrimos y arriesgamos en sintonía con el corazón de Jesús, con este corazón pastoral, cerca del corazón pastoral de Jesús! No se trata de hacer proselitismo, ya lo he dicho, para que los otros sean “de los nuestros”, no, esto no es cristiano: se trata de amar para que sean hijos felices de Dios» (Catequesis 18 de enero de 2023).
Creo que esta manera de amar es el modo en que estamos llamados a evangelizar: no te acerques a los demás en función de lo que puedan llegar a ser, sino por lo que son. Obviamente, cuando te acercas a los demás por lo que son, te enfrentas a que hay personas con las que tienes más afinidad y otras con las que tienes menos, pero no pienses que la falta de afinidad va a ser un obstáculo para la evangelización: si tu objetivo es amarlos, aunque sea en la distancia, podrás hacerlo, aunque sea rezando por ellos, porque la afinidad no da para más.
Un ofrecimiento
Desde este punto de vista, a mi juicio, todo lo demás son prácticas coercitivas. Porque, en esa definición que aparece al principio de esta entrada, se habla de algo que para mí es clave: Evangelizar es ofrecer. Y mi tarea es ofrecer con mi vida, no que el otro necesariamente tenga que aceptar según mis esquemas. Pero no ofrezco para que el otro me siga o se haga cristiano: ofrezco porque amo. Es como el padre o la madre de familia que tiene algo muy bueno; ¿cómo no se lo va a ofrecer a su hijo? Y este ofrecimiento no nace de la obligación: es un ofrecimiento que nace del amor. Ahora bien, ese ofrecimiento pasa por la libertad del otro, y el amor exige libertad, como la libertad del joven del evangelio que decidió alejarse de Jesús.
Y es aquí donde nos jugamos la evangelización: en amar y amar bien, habiendo descubierto el amor de Dios. Como el otro necesita, no como yo quiero ni como él quiere. Mi tarea es amar a la manera de Cristo, porque estoy convencido, desde la fe, que amar así es amar bien, porque es un amor que yo he descubierto antes y que me ha llenado. Y, como reconozco que no siempre lo hago bien, pues necesito ser humilde para mejorar, reconocer mis errores, pedir la gracia y seguir adelante.
Si pienso que evangelizar es repetir una serie de fórmulas o prácticas, pues quizá para un cierto perfil ideológico próximo al mío pueda servir, para que descubra que esas personas, en el fondo, ya pensaban como yo. Ahora bien, si considero que evangelizar es ofrecer el Evangelio, es decir, al mismo Cristo, de manera que el otro pueda percibir a Cristo y no un estereotipo, necesariamente me tengo que implicar en el proceso, amando a la manera de Cristo, o al menos intentándolo, dejándome hacer por Él. Es más cómodo lo primero, porque las ideologías son especialistas en categorizar entre malos y buenos, pero es más coherente lo segundo, porque es ahí donde descubro que en la medida en que yo me deje hacer por Dios, iré siendo reflejo, siempre imperfecto, de su manera de amar. Y es ahí donde se produce el encuentro con el otro, donde se da el regalo de la escucha mutua, del reconocimiento auténtico de la dignidad del otro por lo que es y no por lo que podría haber sido o por lo que podría hacer, y donde realmente se abre una puerta a que, indignamente, nos convirtamos en instrumentos del amor de Dios para que los demás puedan descubrir la alegría del Evangelio.
No se trata de hacer socios, se trata de entregar la vida en aquello a lo que Dios nos llama a cada uno, dando, en todo momento, razón de nuestra esperanza. Creo que no hay mejor manera de anunciar el Evangelio

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